Desde que se ha inventado esto de los prólogos parece que es necesariamente obligatorio tener que estar escribiendo párrafos y mas párrafos supuestamente literarios que justifiquen si lo que uno ha elucubrado vale la pena o no ser leído y, por ende, publicado.
Y es que, para no estar expuesto al que dirán de aquellos, que fungen y fingen como críticos, criticones y especialistas del lenguaje, se tiene la sensación de que es menester satisfacerlos siguiendo los cánones establecidos por las afiebradas mentalidades. Al final de cuentas, la única opción que tiene que importarle a un autor, es la que él tiene de su obra, y, por añadidura, la opinión de quienes lo leen, porque es para ellos para quienes se escribe. El resto (la opinión de quienes dicen ser intelectuales), debe tener la misma importancia que tienen nuestros gases estomacales expelidos por lugares anatómicos desagradables.
Nunca he logrado entender para qué sirven aquellos textos o prólogos que tratan de justificar si lo que uno tiene entre sus manos vale o no la pena de ser leído y comprendido. Y pero todavía, si necesariamente dichos textos tienen que estar al inicio de cada obra, como si la importancia radicara en lo que un perejil opina acerca una obra en la que no ha tenido ni arte ni parte.
A mi entender, nadie esta obligado a supeditarse al gusto de los demás, porque lo que uno exprime a sus neuronas siempre va estar encaminado en función al beneficio o perjuicio que pudiera ocasionar en el otro. Si de gustos se trata, pues, a mí me gusta escribir de esta manera, y al que no le gusta mi estilo, que se meta su dedo y su enojo en el orificio de su disgusto.
Pero como estamos perpetrando una especie de prologo, a manera de epilogo se puede anotar que, si esta colección de relatos fueron escritos de una manera que no a cualquiera le va a gustar, a mi, en lo personal, me gustan tal como están, y la opinión de la gente me es indiferente.
(HAGAMOS DE CUENTA QUE ESTO ES EL PROLOGO en VISCARRA, Victor Hugo, Chaqui Fulero. Los Cuadernos Perdidos De Víctor Hugo Viscarra, La Paz, Bolivia: Correveidile™, 2007, paginas 3 - 4.)
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